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El Fondo Del Pozo

El viento soplaba furiosamente a lo largo de todo el árido cementerio de Wolchaus, produciendo un estridente silbido. La fuerte corriente de aire levantaba una polvareda que descubría y volvía a ocultar los huesos amarillos de hombres de otros siglos que se hallaban en tumbas superficiales al fondo del patíbulo, tras torres y torres subterráneas de cadáveres.

El polvo y la arena levantada por semejante corriente aérea fue a parar a los ojos del pequeño Víctor y del viejo guardatumbas Nüll, quienes se hallaban sentados al filo de un precipicio, lugar en el que se encontraban las tumbas más antiquísimas de todo el camposanto. Estaban junto a la lápida en forma de gárgola y cabeza de cuervo. Efigie que siempre había capturado la atención del pequeño Víctor, una suerte de inquietud y fascinación. El monumento tenía una sonrisa trágica, y por sus cuernos y la barba de chivo tenía cierto aspecto demoniaco.

La cabeza de cuervo no era la única característica inquietante de la fisonomía de la gárgola, sino también su extremidad, pues tenía un brazo que alguna vez midió al menos dos metros, esto era sabido dado que aún quedaba la mitad de él, suspendida en el vacío. Misterioso era también el hecho de que no parecía haber sido mutilada, sino quitada con sumo cuidado, pues la parte donde se produjo el corte estaba pulida. El más grande enigma yacía en el hecho de que no había ningún lugar donde apoyarse para realizar dicha trabajo.

Ese lugar era magnético para él, aun cuando ni él mismo había notado los motivos por los cuales éste lo atraía. La atracción estaba presente a pesar de lo retirado que estaba el lugar, a pesar del frío que se colaba en los huesos y de la obscuridad casi impenetrable. El anciano y el infante descansaban tras un largo día de trabajo, un largo y tedioso día de mover lápidas, de excavar tumbas y de construir féretros. La guerra azotaba Europa, y la muerte era un impulsor de trabajo para ellos, cuanto más almas dejaran este mundo y más cadáveres fueran sepultados en la tierra, mientras más hombres sufrieran en el fragor de la batalla, mejor vivirían ellos. A Víctor la muerte le era indiferente, jamás había visto a un ser humano vivo a parte de Nüll, aquél hombre sombrío, de cabellos blanquecinos y piel pálida como la luz lunar, no era muy diferente a un cadáver, por lo que para él la muerte no era más que su compañía diaria, todo lo que conocía.

El cementerio de Wolchaus, más que cualquier cementerio convencional, era una fosa común, donde los cuerpos de los guerreros fallecidos eran enterrados, cuerpos de jóvenes que quedaron tan desfigurados por las armas que fue imposible para sus familiares reconocerlos, por lo que nadie les dedicó más que una lágrima al viento.

Tras un día de más trabajo de lo que el cansado hombre podía esperar, este no quiso más que sentarse a relajarse y fumar su pipa, dio una bocanada de humo y comenzó a exhalar a la vez que daba un resoplido, una mezcla entre cansancio y satisfacción.

La noche caía rápidamente y los astros nocturnos comenzaban a hacer acto de presencia. Una luna en cuarto menguante apareció sobre sus cabezas, con un color dorado débil, crudo y pálido a una vez, no obstante, con mayor tonalidad que la misma piel del viejo Nüll, que rayaba en lo albino. Dicha luz lucía melancólica, como si alguien le hubiese robado su acostumbrado esplendor y añorara esos años de gloria, como la mirada de una mujer recién desposada cuyo hombre se fue a pelear por su país y no volvió jamás (algo que debía estar sucediendo mucho por aquellos momentos). Víctor miró las estrellas con atención, fascinado por un mundo que era visible pero no palpable. Se esforzó en encontrar las constelaciones de las que tanto había leído en la vieja biblioteca del Guardatumbas, sabía que alguna vez los hombres y mujeres habían puesto sus destinos en manos de los cuerpos astronómicos, pero tan sólo recordaba esa lección histórica, porque no entendía en lo más mínimo cómo es que funcionaba el universo, mucho menos veía figuras tan creativas en el cielo obscuro.

Sobrará decir que fue incapaz de distinguir una sola constelación así como diferenciar siquiera los planetas de las estrellas, no obstante, eso no le impidió disfrutar el majestuoso espectáculo cósmico que danzaba sobre su cabeza, en una suerte de ignorancia. Finalmente viró su cabeza en dirección de la luna y su luz cruda y acechante, lo que lo hizo bajar la vista bruscamente para mirar al suelo.

El silencio era absoluto entre aquellas almas solitarias. Víctor, en su cosmovisión, sentía que la luna los acompañaba como cualquier otro ser vivo, ¿Y por qué no? Parecía incluso más vivo que el mismísimo Nüll, o al menos no tenía esa aura de muerte y olvido, la diferencia radicaba en que con Nüll estaba cómodo, con la presencia del astro nocturno, no. De no ser por la luna, el silencio habría sido tranquilo y agradable, como la calma de la marea a altas horas de la noche, pero en lugar de eso fue un silencio fantasmagórico, pesado y asfixiante, como el silencio de un sepulcro. Para alivio de Víctor (al menos al principio) Nüll desgarró el silencio con su voz profunda y estentórea.

-He de partir- Dijo finalmente Nüll con una voz disfrazada con una seguridad de la cual carecía, por lo que su voz terminó por tornarse nerviosa y triste. Víctor lo notó, y su rostro se ensombreció mientras giraba su cuello en dirección de la tierra que pisaba. ¿A dónde habría de partir? Su vida entera le pertenecía al cementerio. Nadie le pudo haber pedido que emprendiese un “viaje de negocios” o algo similar, pues en toda su vida a lo único que se dedicó fue a resguardar los huesos de las generaciones pasadas, lo que lo llevó a una vida solitaria, por ende, carecía de amigos, y jamás supo nada de su familia, o al menos eso suponía Víctor. Esto sólo podía significar una cosa…

-Te han convocado, ¿No es así?- Replicó Víctor impidiéndole al anciano hablar, tan sólo abrió la boca y mostró su podrida dentadura, pero el niño no le dio la oportunidad de hablar. Víctor no dejó de mirar entristecido al suelo.

¿Qué sabes tú de las convocaciones?- Respondió Nüll, perplejo.

-Sé que es cuando la corte te hace llamar, desees o no desees ir eres forzado, si te niegas vienen unos hombres y te llevan a cuestas en medio de la noche, después no se sabe nada de ti, y nadie jamás pronuncia más tu nombre, por temor a ser llevados ellos también-.

-¿Quién te ha dicho eso?- replicó Nüll cuyo rostro se había ensombrecido.

-Ellos lo han hecho- respondió Víctor de manera críptica. El anciano entendió perfectamente a quienes se refería; los niños del cementerio…

-Ya veo- Respondió Nüll con fingida serenidad -¿Y por qué crees que habrían de convocar a un decrepito viejo que no hace más que contemplar cómo la carne de hombres y mujeres es devorada por el pasar de los años?- respondió Nüll sin poder evitar impregnarle un dejo de angustia a su voz, de pronto comenzó a toser, su tiempo era corto.

-No lo sé, pero sé que así fue. Ahora entiendo por qué vi a ese mochuelo y qué era lo que decía la carta que llevaba en sus garras. Entiendo por qué la campana de Bucovina sonó en ese preciso instante y por qué vi esa columna de humo negro ascender más alto que las montañas de los montes Cárpatos. Todas estas eran señales del mismo suceso inminente, más que presagios, se estaban preparando un sacrificio, y la víctima eres tú.

Nüll se dio cuenta más pronto que tarde que Víctor parecía entender la situación hasta mejor que él mismo, por lo que decidió arrojar un poco de luz a la situación, el niño lo merecía, después de todo el único ser humano que lo conocía habría de esfumarse pronto y él tendría que enfrentarse al mundo, era lo menos que le debía.

-Bueno, al menos la crueldad de los hombres no lo tomará desprevenido-Pensó Nüll.

-Está bien, hijo, te lo explicaré todo, pero debes esperar hasta que haya finalizado si deseas hacer alguna pregunta. Ésta es la historia, vaga e imprecisa detrás del motivo por el que he de partir- Dijo finalmente Nüll mientras le daba otra profunda bocanada a su pipa de hueso tallado.

II

-Hace muchos años se produjo una guerra entre todas las razas del mundo conocido. Todos luchaban por el orgullo de su casa, de su familia, de su reino. El ego de los reyes siempre ha sido grande, pero nadie contaba con que después de tantas crueles guerras aún no quedaran satisfechos. Tampoco se esperaba que esta batalla superaría a las anteriores en cuanto a bajas y duración, me temo que la confrontación de la que te hablo no sea ni la mitad de lo que se está viviendo, y de lo que habrá de venir. Sin ahondar en detalles te diré que la familia Richtoffen del reino de Prusia se alió con los húngaros, los rumanos y demás pueblos de la europa del Este, mientras que bajo el mando francés estuvieron los países del oeste, con una limitada participación de la corona británica. Cientos y cientos de bajas fueron causadas en ambos bandos, sin aparecer ninguna supremacía entre la potencia germana o la franca. La guerra era tan equitativa que llegó a conocérsele como “Las Guerras De Libra”, en honor al signo zodiacal, el que tiene forma de balanza -Nüll señaló la constelación, pero Víctor seguía sin encontrarle forma alguna.

De cualquier manera, más allá de las causas profundas del conflicto, concretamente el objetivo del Imperio Prusiano era Transilvania y todos los montes Cárpatos, siempre ha sido un lugar considerado misterioso, quizá sus intenciones eran los de montar una especie de aquelarre en ese lugar, quizá realizar sus ritos religiosos. –Por supuesto aquellos no eran los propósitos del imperio prusiano, era claro que buscaban los recursos que los montes Cárpatos y Transilvania poseía, pero ¿Qué diablos iba a saber un huraño guardatumbas de los verdaderos móviles de la guerra? -Bueno, eres muy joven como para escuchar acerca de esto, pero los tiempos que vivimos te fuerzan a iniciar la vida de un adulto, una vez que haya partido tendrás que arreglártelas solo- Parecía imposible que el rostro de Víctor mostrase una tristeza más amarga, pero el miedo que le produjo la idea de “arreglárselas solo” lograron hacer que se le resbalara una lágrima a través del pómulo. Ambos empezaron a encender un fuego.

Víctor poco o nada sabía de la guerra, pues su mundo se resumía al inmenso cementerio rodeado por una misteriosa niebla. Lo poco que sabía de la guerra se debía a lo que había leído en los libros del estante de la cabaña, que constaba casi únicamente de libros viejos y polvorientos, gruesos con portadas de piel. Uno sólo podía imaginar que encontraría cosas aterradoras en ellos, por lo que el pequeño Víctor rara vez se les hubo acercado. Viniendo de un niño que vive en un cementerio y ve cadáveres a menudo es algo por lo menos impresionante.

-Debido a esa cruenta guerra, Víctor, muchas familias quedaron sin hogar alguno. La mayoría de nosotros proviene de una familia que ya no cuenta con su viejo hogar, por eso pareciera que todos nosotros estamos fuera de lugar, que somos extraños en este mundo… civilizado – ¿Todos? Víctor tan sólo lo conocía a él. ¿Civilizado? ¿Qué tiene de civilizado un maldito cementerio olvidado por Dios al que sólo llegaban carretas con pilas de cadáveres cuyo estado de putrefacción había empezado hace días ya? Víctor pensó que por eso tenía un trabajo tan triste y solitario como el de guardatumbas, nadie en su sano juicio trabajaría en algo así, moviendo pesadas lápidas con el olor de podredumbre a lo largo de ellas y nidos de cucarachas bajo ella, sin contar los huesos que debía reacomodar para que los nuevos cadáveres cupiesen, y ni hablar de las cosas espeluznantes que pasaban a menudo por ahí, las cosas inexplicables. A pesar de no conocer nada más suponía que había cosas mejores. Sí, incluso él sabía cuan desgraciado debía de sentirse Nüll, era el único ser humano con el que se había topado y sabía que todo en su vida era desdicha. ¿Por qué nacemos si únicamente somos arrojados al mundo para sufrir?-.

-Un ancestro tuyo emprendió un peligroso viaje por las vastas tierras de Europa central, en su afán de huir del fragor de una batalla que todos sabían que acaecería, pero de la que nadie supo prepararse. Si pudo huir fue gracias a unos soldados desertores, desencantados de la inhumana crueldad con la que la mayoría de los militares trataban a los civiles. No quiero ni mencionarte las atrocidades de las que esos hombres uniformados eran capaces de llevar a cabo-una llamarada más viva que el fuego de la fogata refulgió en los tristes ojos del anciano que se apasionaban cuando hablaba de eventos desafortunados y la crueldad humana.

-Ni siquiera los soldados sabían a dónde debían dirigirse, tan sólo sabían dónde se encontraban, por lo que terminaron en cualquier lugar. El norte de su brújula era aquél lugar que no estuviese destruido por la implacable ira de la caballería y por el atronador sonido de la artillería pesada. En su travesía llena de dolor, miseria y muerte recorrieron montes, lagos, ríos, desiertos, llanuras, pero todo parecía haber sido alcanzado por la funesta mano de la guerra, ¡Oh, maldita ambición humana y ciego odio fraternal!- Los ojos refulgieron una vez más, como si lo disfrutase.

-Finalmente cruzaron el río Szwelk y llegaron al bosque que alguna vez estuvo por ahí –señaló una zona al este, un lugar que en ese momento se veía tan estéril y seco que costaba trabajo imaginar que alguna vez haya albergado vida alguna que no fuese alacranes o cactus y demás flora propia del desierto- Es difícil discernir qué tanto tuvieron que avanzar para llegar a esta tierra, pues ese bosque era de una extensión incierta, tal como desapareció apareció, es claro que no siempre estuvo ahí… Y no hay razón para pensar que no volverá.

-De cualquier manera, la mujer llegó ahí, pues los soldados habían decidido volver a sus respectivas tierras, asustados por la idea de morir de hambre o sed, por lo que la mujer fue dejada a su suerte. Si es que la mujer llegó ahí por arte del destino o por mera coincidencia, lo ignoro. Lo que sí sé es que en aquél entonces no había más de una docena de tumbas, y el hombre que estaba a cargo de este lugar era un pruso exiliado, renegado por sus ideas “pacifistas” (En realidad sólo era muy cobarde para ir a la guerra, o quizá algo inepto para sostener un fusil). Lo que nos lleva a otra historia dentro de esta, permíteme hablarte un poco de aquél hombre de rubios cabellos.

-Se dice que mucho deambuló, pues no lo aceptaron en ninguno de los países que visitó en busca de asilo, y no es de extrañarse, ¿Quién habría aceptado a un enclenque teutón que no era capaz de empuñar un rifle? En aquellos tiempos, si eras hombre y no sabías matar, no era más que basura, esa siempre fue la filosofía alemana, una idea que se difundió por el mundo durante esa época, esparcida tan eficazmente como la pólvora, y quizá sí, fue rechazado también por el profundo odio que le tenía el mundo entero a los germanos.

Pero su suerte no fue así durante mucho tiempo, un 4 de abril de ese año iba caminando por las calles de Budapest, envuelto en una capa que mantenía sus dorados cabellos ocultos para que nadie supiese cuales eran sus orígenes, cuando escuchó a unos soldados que caminaban por el centro de la ciudad, cuchicheando y lanzando risotadas. Tal parecía que se burlaban de los rumanos y su superstición ante la fecha de “Walpurgis Nacht”, decían que el toque de queda tácito de los Rumanos durante esa fecha era el momento ideal para tomarlos por sorpresa, eso, según ellos, cambiaría el curso de la guerra.

La gran superstición de los rumanos le dio la idea a ese hombre de que podría ir ahí, ¿Quién se preocuparía de un alemán cuando parecían temerle más a los espíritus que a un ejército de bravos germanos? Por lo que este hombre llegó a este país, y sin pedir permiso, sin decirle a nadie, se asentó en este mismo cementerio.

Se dice que por entonces no era un cementerio, sino un bosque cuya entrada estaba prohibida, se le conocía como el bosque de Iulia Dunkelheit, una mujer que se dice había enloquecido pues, según cuentas las estrellas, un lobo se había llevado a su bebé a través del bosque, y ella se hallaba buscándolo mientras lloraba y gritaba a todo pulmón.

Fue ahí cuando el misterioso hombre entró en escena, pues cuando llegó y la vio gritar un nombre en una lengua extraña para él (cosa que era estúpido que le sorprendiese, pues estaba en el extranjero) entró en pánico y asesinó a la mujer con la única arma que había conservado del ejército, un pequeño cuchillo. El hombre no era tan pacífico, después de todo, en verdad sólo era un cobarde, quizá era muy inestable para estar en el ejército y temía matar a sus compañeros en una ráfaga de un ímpetu malsano y por eso no le había permitido entrar en él. El punto es que quedó solo en ese lugar, y al enterrar a la mujer en ese sitio que ves por allá –Señaló la lápida que se encontraba a sus espaldas –este lugar quedó convertido en un auténtico cementerio.

Los ojos de Víctor se entornaron mientras miraba hipnotizado al fuego, cuyo crepitar incesante hacía perfecta armonía con la voz de Nüll, por fin conocía un poco de la historia del único lugar en que había estado, el cementerio que había sido todo su universo, todo su espacio físico. El anciano hizo una pausa y el crepitar del fuego alimentado por veloces ráfagas de viento tomaron el protagonismo por unos minutos, que se dilataron como la eternidad

-En fin, fue con ese hombre con el que se topó aquella mujer y aquellos soldados, ese hombre que ya no debía encapucharse más pues se había vuelto un ermitaño en un bosque que representaba un paraíso para él, nadie lo molestaría jamás, o al menos eso pensó hasta que está asustada prófuga lo encontró mientras desollaba un conejo junto a un pequeño fuego. Es difícil describir cuan impactante fue su sorpresa al encontrarse con un hombre rubio, de tez clara y de prominente estatura en medio de lo que sabían, no era el Reino de Prusia.

El hombre se le acercó lentamente y le preguntó si estaba herida. Ella se mostraba reticente ante esa persona, no le inspiraba sino desconfianza, pero de pronto su vientre comenzó a arder como si estuviese en ebullición y ella cayó en seco en el suelo. Él supuso que ella había colapsado tras un cansancio exorbitante. Por lo que fue a la cabaña y trajo prensas frías para ponérselas en la frente y en el vientre, pues era allí donde colocaban las manos en señal de dolor. Cuando ella despertó él le dio una jarra de agua de pozo, ella se hallaba en el suelo gimiendo, pero bebió el agua con una velocidad impresionante.

Por el dolor que expresaban sus alaridos, el hombre supuso que ella estaba embarazada, o peor aún, podía estar en labor de parto. Rápidamente la tomó en brazos y la llevó a su habitación, fue ahí donde la ayudó a dar a luz, cortando el cordón umbilical con el cuchillo del ejército sin el cual nunca salía, le extrajo la placenta del útero y se deshizo de ella. Dejó al bebé en una cama junto a la madre y se echó a dormir en un misterioso sueño.

A la mañana siguiente despertó la mujer con el bebé acurrucado junto a su pecho. Sintió una calma indescriptible al tener contacto con su delicada piel y al tener la sensación de su corazón latiendo. Pero toda calma se desvaneció en un instante cuando recordó en qué lugar estaba.

La mujer entró en pánico, tomó a su bebé en brazos y se levantó inmediatamente del camastro en el que aquél “asesino” la había acostado tomando a su hija en brazos. Notó tras un par de pasos que sus rodillas flaqueaban y que le quemaban las piernas debido las largas caminatas, además de que el vientre lo tenía aún dilatado y adolorido por los dolores de parto. Debido a todo ello cayó en seco en el suelo de madera, sin dejar de aferrarse al bebé, afortunadamente, antes de que su rostro impactase en el suelo fue capaz de reaccionar y poner un brazo en él para cubrirse y amortiguar su caída sosteniendo al bebé con el otro brazo, quien por suerte no sufrió ningún daño.

El sonido producido por la caída atrajo al hombre de la cabaña, quien se acercó aterrorizando sin querer a esa mujer, para sorpresa de ella él sólo pretendía ayudarla a ponerse de pie, por lo que tomó a la niña en sus brazos y la ayudó a erguirse mientras ella lo miraba con recelo, ante esta escena él sólo dijo que sentía mucha curiosidad de saber de dónde venía ella, lo que la puso aún más alerta, queriendo evitar a toda costa que él supiese que ella era húngara. Pero tras reflexionar en los amables cuidados que él le había procurado a ella y a su hija comenzó a considerar que su juicio ante él pudo haber sido precipitado, por lo que accedió a sentarse con él.

Ambos se acomodaron en la mesa y ella comenzó a contarle la novedades de la guerra como él le había solicitado, pero con gran cautela y mesura cuando pudiera tocar un tema referente a Prusia que pudiera exaltar a aquél hombre. En fin, todo lo que ya te he relatado fue lo que le comentó, pero guardó un secreto consigo.

Ella no habló de lo que le sucedió a su marido, por lo que el alemán no hizo ningún comentario al respecto. Él se levantó y le pidió que lo acompañara, ambos salieron de la cabaña y vieron los frondosos árboles que había a lo largo y ancho del cementerio. El pruso la dirigió al precipicio, justo donde estamos ahora, y le mostró la lápida con la gárgola que había junto al abismo, tenía su brazo extendido señalando al vacío y la gárgola-lápida tenía el apellido “Hayzam” inscrito en él. Le dio la mano a la mujer y se presentó; “Soy Nüll, y este es el cementerio de Wolchaus”.

 

III

Se hizo una vez más el silencio en el cementerio, sólo se escuchaba el viento que aullaba y alimentaba las anaranjadas llamas de la fogata, aumentando su crepitar, finalmente Nüll rompió el silencio una vez más.

-Esa es la razón por la que he de partir, estoy implicado en los asuntos de la guerra, la guerra está volviendo a comenzar, y mi nombre está en el libro de los participantes –Dijo Nüll al aclararse la garganta mientras esperaba que Víctor fuera demasiado joven como para entender que lo buscaban para darle muerte, pero era inútil, ya lo sabía –Partiré mañana a primera hora, es momento de ir a descansar –dicho esto echó arena al fuego y puso su mano en el hombro de Víctor quien había enmudecido. Para cuando él despierte se hallara completamente solo en el mundo.

 

Víctor despertó de golpe, se levantó apresuradamente y fue a la habitación de Nüll, como había supuesto, ésta estaba completamente vacía. Él se sintió profundamente desanimado pues había intentado despertarse antes de que él se marcharse pero no lo había logrado. Ahora viviría solo en el cementerio abandonado.

IV

Diez años han pasado desde la partida de Nüll, Víctor ha crecido y ha dejado de esperar su regreso. Está decidido a encontrarlo él mismo, por lo que empieza a planificar el recorrido que hará para retomar los pasos que el anciano dio antes de marcharse. Víctor conocía ya el cementerio como la palma de su mano, pues había sido su hogar desde que tenía consciencia. El bosque prohibido había vuelto a crecer, él ya había exhumado tumbas incluso.

Un día notó que la tumba de la gárgola (donde Víctor suponía se hallaban sus antepasados) estaba vacía. ¡Había un túnel debajo de la losa! Muchas veces Víctor vio ese túnel sin la valentía requerida para atravesarlo, siempre poniendo de nuevo la pesada losa de vuelta a su lugar. Hasta que un día decidió entrar ahí, notó que había tablas clavadas en las paredes del agujero, de las cuales él se sujetó para descender, colgándose su linterna de cráneo humano en la cintura. Bajó, bajó y bajó con la visión limitada, únicamente favorecida por la tenue luz que emanaba de las vacías cuencas oculares del cráneo de un hombre que ya no era recordado por nadie.

De pronto la temperatura comenzó a ser más alta y sofocante, pues estaba adentrándose en las profundidades de una serie de catacumbas cuya existencia ignoraba pero sospechaba desde hace mucho, mucho tiempo. Entre más descendía más le era difícil respirar, el aire era húmedo y caliente, como en el mar, pero con un aroma a muerte.

Finalmente vio que las tablas se terminaban y que por fin podía poner sus pies en la tierra. Notó que estaba en penumbras, salvo por la luz de la pared en su espalda, pues una corriente de aire había apagado la vela de su linterna.

Comenzó a recorrer el lugar y se encontró con la sorpresa de ver un par de antorchas encendidas, de ahí provenía la luz, dejó de contemplarlas y giró su cabeza unos grados a su derecha, donde vio otras antorchas, pero éstas estaban apagadas, las encendió y notó que estaba frente a la mismísima tumba de Nüll. Era un altar con flores raras y negras, pero frescas, como si fuesen regadas constantemente y usaran los cadáveres como abono, también había símbolos de todas las culturas en su altar, y algunos otros que Víctor no pudo identificar. De entre todos aquellos emblemas le pareció distinguir el símbolo de la familia Hayzam (a pesar de jamás haberlo visto) sobre dicho símbolo había una corona. Víctor concluyó que eso debía significar que…. ¡La familia Hayzam era la familia real!

¿Qué habrá sucedido? –Se preguntó Víctor. Acercó la calavera apagada y la volvió a encender, volvía a tener llamaradas por ojos y vio unas palabras por debajo del emblema, así que leyó el epitafio que ahí se hallaba inscrito, el cual rezaba; “Aquél que busque los inquietos restos de Vlad Hayzam y Elizabeth Hayzam tendrá que adentrarse a las profundidades de este cementerio para llegar al fondo del pozo y emerger de su boca, sólo así llegará al pueblo perdido de Zayham”. Víctor quedó atónito por lo extraña que era la posibilidad de dicha inscripción planteaba, ¿Pueblo perdido? ¿Emerger por la boca de un pozo? Eso lo extrañaba, aunque hacía juego con lo peculiar que era estar dentro de las catacumbas de los que quizá, tan sólo quizá pudieran ser sus antepasados.

Había llegado ahí meramente por curiosidad a la extraña lápida de la gárgola, pero ahora que tenía en claro que ese cenotafio estaba dedicado a la familia Hayzam, se preguntaba si esas personas tendrían algo que ver con la repentina partida del viejo. Algo tuvo que haber tenido que ver ¿Por qué otra razón sería el guardatumbas de un panteón abandonado? ¿Qué era lo que ocultaba?

Definitivamente tenía que averiguar que se escondía en esa ciudad de los muertos, ya no se trataba únicamente de encontrar a Nüll y dar con su paradero (por más egoísta que eso resultase) sino que por fin encontraría sus raíces y sabría porque había vivido toda su existencia en las sombras, al fin sucedía algo, por fin su vida era algo más que un sinfín de días y noches en el triste y aburrido aislamiento. Tragó saliva y siguió caminando a través de interminables paredes de tierra y mármol.

Entre más avanzaba, mayor era la humedad de la catacumba, pues seguía en descenso, el calor era cada vez más sofocante, las llamas del cráneo parecían absorber todo el oxígeno de la cámara subterránea, y aun así se notaba que palidecían. Pero eso no detuvo al ahora maduro Víctor, pues sentía su sangre bombear a través de todo su cuerpo con una furia sin precedentes, sentía cómo se agolpaban litros de ella en su ahora entumecida cabeza, pero debía seguir, seguir, seguir, pues de lo contrario jamás saldría de las sombras, debía encontrar la manera de entender qué demonios sucedía en su vida, quién era, y por qué había nacido en la soledad más recóndita que un cementerio representaba, y finalmente, ¿A dónde había ido ese hombre tan viejo como para poder caminar? ¿Seguía con vida?

Finalmente llegó a una bifurcación, y en una de ellas una piedra que rezaba; “Quién atraviese estos pasillos subterráneos se verá envuelto en una acción ilícita, estará entrando en un territorio prohibido por el peligro que representa, emergerá por aquél pozo sumidero de aguas ponzoñosas y aguas obscuras y llegará a una tierra que jamás pudo ser colonizada, un terreno meramente salvaje y supersticioso. Siga bajo su propio riesgo, nadie lo verá salir por estos túneles abandonados y es probable que nunca vuelva, al menos en forma humana”. Víctor siguió ese camino sin rechistar.

Finalmente se encontró con unas escaleras hechas de los huesos de brazos y piernas de cientos y cientos de cuerpos, estaba pegada a la tierra que formaba un círculo, como una garganta bajo tierra. Víctor comenzó a trepar en dirección al pequeño punto lumínico que se hallaba encima de su cabeza, sin reparar jamás en el peligro que representaba seguir ese camino –No tengo nada que perder más que la ignorancia que tengo sobre la terrible soledad a la que me condiciona mi vida, en este universo no soy nadie- pensó para sí con amargura, y sin nada que perder, trepó y trepó, hasta que llegó a la boca del pozo, habiéndose percatado que había emergido del fondo del mismo.

 

V

Habiendo salido del abismo se encontró en un lugar sacado de la imaginación del mismo Dante Alighieri; el cielo era rojo y la tierra era negra, había nubes nebulosas y anaranjadas surcando el cielo entero, árboles oscuros y secos hasta donde alcanzaba la vista, el sol era obscuro así como la luna. Era su llegada al pueblo de Zayham, el pozo no era más que un pasadizo.

Comenzó a caminar por las calles pobremente adoquinadas, conforme veía gentezuela caminando en sus capas con negras capuchas que les cubría el rostro, todo menos esos blancuzcos y brillantes ojos, que a perspectiva de Víctor se le quedaban viendo fijamente, notando que no sólo era un forastero, sino un hombre que provenía de… lejos.

Trató de ignorar la acusativa mirada de aquellos transeúntes y se abrazó a sí mismo en un intento de abrigarse de un frío tan gélido como los ojos de aquél pueblerino. Había llegado a ese lugar en la búsqueda de Nüll, pero no sabía cómo buscarlo, por lo que no pudo hacer más que preguntarle al hombre que lo observaba recelosamente.

Éste, como era de esperarse, hablaba un lenguaje desconocido para nuestro protagonista, así que comenzó a explicarse en señas. Sea cual sea la mímica que hiciera Víctor la respuesta del hombre era siempre la misma; señalaba aquella montaña humeante, por lo que él se despidió y emprendió camino ignorando el insoportable frío que se le colaba hasta los huesos. Caminó por una vereda que se veía marcada en la nieve que poco a poco terminaba por cubrir todas las calles y la copa de los pinos. Jamás en su vida había estado en un lugar más frío, claro, no conocía mucho y el cementerio en el que vivía el fuego y la leña siempre abundaban, ese fuego con un aroma pestilente, similar al que notaba con creciente intensidad conforme avanzaba en dirección a la montaña humeante rodeada de un bosque.

No pretendo llenar de tedio la travesía de nuestro personaje hacia dicho bosque, pues en poco o nada se fijó Víctor al transitarlo gracias a su vista nublada por la ventisca helada y la mente obsesionada con encontrar a su único amigo, de quién ahora conocía su pasado, lo conocía desde hacía años pero no lo había visto desde entonces.

Corrió tan rápido como pudo y finalmente vio de soslayo una llamarada que despedía una hoguera, la cual estaba rodeada de hombres encapuchados. Todos se encontraban en un perfecto círculo, salvo uno que se hallaba en una especie de templete, uno que hablaba, y acto seguido todos repetían al unísono. Naturalmente le fue imposible comprender lo que estos decían, pero lastimosamente pudo reconocer la voz de aquél hombre ataviado con un hábito de papa y parado en lo alto de una plataforma; Era Nüll.

Víctor salió de pronto de su escondite y los hombres de negro no tardaron en salir a su encuentro, en eso el papa se quitó la capucha y gritó con vehemencia que se detuvieran. A Víctor lo sorprendió el aspecto que tenía su viejo amigo, pues carecía de ojos, y sobre sus órbitas oculares se encontraba una gruesa capa de algo que Víctor sólo pudo identificar como hilo negro, sellándolos para siempre.

La duda y la confusión era lo que imperaba en la mente de todos los presentes, menos de Nüll, quien sólo lucía poco sorprendido. Finalmente Víctor rompió el silencio gritándole a Nüll a todo pulmón que bajase y regresase a su hogar, pero éste no respondió

Víctor había llegado ahí por medio de un túnel en el cementerio, Nüll había desaparecido y todos creyeron que había muerto… ¿Todos? Sólo él sabía de su existencia ¿Murió? ¿Había muerto él también?

-Pero no hay muerte que no preceda a la insurrección, Víctor, y si te unes a nuestra ceremonia hoy también podrás renacer de tus cenizas y elevarte hasta las estrellas- Dijo una voz que parecía provenir de otra realidad, de una dimensión superior, una vez que venía del interior de su mente

De pronto los encapuchados lo tomaron en brazos y se dispusieron a arrojarlo al humeante fuego, mientras observaba como Nüll se tiraba hacia al fuego, y lo escuchó rugir hasta que el fuego terminó de consumir su carne y no se escuchó más su alarido, posteriormente todos los demás procedieron a introducirse al fuego también, hasta que no se escuchó nada más en aquél infierno oscuro y congelado.

Víctor se acercó a la hoguera y notó que aquellos hombres no dejaban de reírse frenéticamente. Nüll volteó a ver a Víctor con sus ojos negros y vacíos

-¿Aún no lo entiendes? –Le dijo fríamente –No estás muerto, y tampoco podemos morir, no puede quemarse lo que ha sido creado con la mente.

Y así Nüll1 y aquél pueblo imaginario desaparecieron, y sólo quedó Víctor riéndose nerviosamente en el suelo de un bosque en alguna parte de los confines orientales de Europa, hasta que oyó el atronador sonido de la metralla y una bala finalmente lo alcanzó.


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